lunes, 29 de marzo de 2010

DORIS



Si a Moisés no se lo puede explicar sin la zarza ardiente, a Doris tampoco. La zarza de Doris es la pequeña comunidad de su barrio de Resistencia, en el Chaco argentino, donde la Palabra del Dios de la Biblia parece haber plantado su carpa. Del fuego de esa humilde zarza brota una chispa que cae en el corazón de Doris y se convierte pronto en llama.

Al ver a Doris chiflarse con la Biblia, su papá, socialista y ateo como Dios manda, casi se infarta. De ahora en adelante, lo único que cuenta para la hija es cumplir la Palabra, lo que la conduce a dos cuadras de su casa, al mundo de los empobrecidos apiñados alrededor de una laguna apestosa, llena de dentudas palometas. En ese lugar donde el pobre no es, sino que está, y si está, está de más, Doris, día y noche, mira, escucha, consuela, alienta, anima, apoya, defiende, acompaña. No da cosas porque no tiene nada. Se da a sí misma, que es toda su riqueza. Formando un equipo con personas del barrio, Doris logra que los de la laguna se organicen, loteen sus terrenos, echen las bases de una cooperativa de habitación, en una palabra, se pongan de pie y se larguen a caminar sin más muletas.

De allí, Doris decide hacerse monja. Su viejo quiere morir. Ella quiere profundizar, explorar a fondo el mundo de la fe y terminar la carrera de abogada. Pero al cabo de unos años, dándose cuenta de que no cabe más en un convento, agarra para el monte - desde entonces se pone de apodo: “la cabra del monte”. Toma el camino hacia Bolivia y va a parar a un verdadero nido de cóndores, a más de 4 000m en las alturas, donde comparte con otras monjitas la vida y el trabajo duro de los campesinos kollas de aquella región. Se mimetiza con la gente, viste las polleras de las lugareñas, trenza su pelo como ellas y se encasqueta hasta los ojos el tradicional sombrero de fieltro que las caracteriza. Todos los días, junto a ese pueblo, que es famoso por su amor al trabajo, Doris cultiva y cosecha papas, y vive como todos en una choza de adobe con techo de paja. Es así cómo, a través de su vida, quiere dar testimonio de que Dios es kolla también.

Cada semana, Doris baja a la ciudad grande y depone sus atuendos de campesina para ir a asesorar a un tumultuoso sindicato que se está empantanando en una huelga indefinida. Para comer vende pancitos por la calle; en la noche duerme sobre un banco de la estación de ferrocarril.

Muchos, tildándose de cristianos, están convencidos de que la lucha por un salario justo, por la tierra y por el pan, por la salud, la educación y la vivienda, no tiene nada que ver con la religión. El cura del pueblo, que no es mala gente por otra parte, es uno de ellos. Un día, conmina a Doris y sus compañeras a que elijan entre liturgia y catequesis, o irse. Doris opta por irse.

Su comunidad religiosa la manda al Sahara… Al llegar allá, Doris se deja conquistar el corazón por los beduinos del desierto. Pero, temiendo que se haga musulmana, las monjitas la apartan de ese apostolado para confinarla a una obra más tradicional dentro de la institución. Doris no aguanta tres días, toma el avión y vuelve a Bolivia. Es así como la eterna novicia deja para siempre su sueño de monja. Continuará viviendo como laica comprometida, que ya es bastante.

De un humilde obispo de Bolivia acepta la carga pastoral de un pueblo abandonado en un rincón de su diócesis. En ese pueblito mitad quechua mitad guaraní, donde camba, kolla y criollo andan mezclados, se han dado cita todos los problemas congénitos de las poblaciones que nunca “caben” sobre el planeta. Para Doris es la alegría perfecta. Porque mientras más alto el monte, más contenta se pone la cabrita.

Cada día, Doris dedica largos ratos a la Palabra de Dios. El diálogo con la Palabra es vital para ella; es allí donde re-crea su ser y alimenta junto al Resucitado la llama que arde en su corazón. De allí las ganas que le salen para caminar junto al pueblo. Se ríe, llora, pelea, carnavalea con el pueblo. Pasa de la fiesta al velorio y luego del tren al aeropuerto para vender sus empanadas o sus dulces de papaya verde que le permiten sobrevivir. Por las tardes deletrea el guaraní con alguna viejita y por la noche discute sobre la reforma constitucional con un jefe político. Su vida no es ordenada, ni tranquila, ni planificada. Todo su quehacer le viene de la gente del pueblo. “Mi ley es la historia que este pueblo hace hoy, y yo soy co-creadora con ellos…”, escribe a sus amigos/as.

Además de modista y vendedora de dulces, es promotora de costura y promotora popular de salud. También trabaja en la formación de catequistas, anima grupos juveniles, impulsa pequeños cursillos de Biblia y, en todo momento, cultiva la amistad con toda la gente. Pero, mientras más trata de sembrar amor en el pueblo, más se encuentra enredada en historias de odios y enemistades que la obligan a tomar partido a favor de los pequeños en contra de los grandes. Así no deja de aumentar siempre un poco más el número de personas que la consideran indeseable en el pueblo.

Doris dedica gran parte de su tiempo a un grupo de mujeres pobres como ella, que no saben que son la fuerza más grande de la creación. Doris traza sendas en la conciencia de esas valientes compañeras de camino. De a poco un gran despertar se va dando en ellas y contagia al pueblo.

Pasan los años y llega un momento en que la que le puso alas a la comunidad se tiene que hacer a un lado para que la comunidad se acostumbre a volar por sí sola. Doris arma entonces sus pequeños petates y sin ruido toma un camino que la lleva a otro pueblo, situado a unos 40 Km. de la ciudad de Santa Cruz.

En ese pueblo, el único sustento de la gente depende de la fabricación de sombreros con fibras de la palmera de saó que son tradicionales y muy renombrados en la región. Pero corre la voz de que la tierra donde los tejedores se abastecen de fibras, podría privatizarse en cualquier momento. Y una mañana, efectivamente, el pueblo se despierta con que gran parte de la plantación de saó ha sido cercada. Ya los nuevos “dueños” venidos de la ciudad, han comenzado a hachar las palmeras para destinar la tierra a la ganadería. Entonces, sin fusil, sin machetes, sin palos, sin cascotes, salen los saoístas con Doris al frente a afrontar a los pretendidos nuevos dueños. La lucha trasciende. Llueven las denuncias contra el “terrorismo” de Doris. La acusan de transformar a la iglesia en una guarida del MAS (Movimiento al Socialismo) y de tratar con narcotraficantes. Arrecian los insultos y hasta las amenazas de muerte.

Pero la comunidad cierra filas detrás de Doris, la protege, la cuida, la defiende y…la sigue. No le permiten que coma un solo bocado sin antes probarlo ellos mismos, por miedo a que la envenenen. Con el apoyo del Instituto de Reforma agraria y del Ministro de Asuntos agrarios y también de algunas personas solidarias de la Argentina, Doris y su comunidad logran elevar al Congreso un pedido de protección de la palmera de saó. Créase o no, no mucho tiempo pasa antes que el mismo Presidente de la República, Evo Morales, llegue al pueblo y entregue la Ley de Protección de la Palmera ¡en las propias manos de los saoístas!

Unos meses después, un nuevo desafío convoca a la indómita Doris. Encuentra en los muchos campesinos desterrados en su propia tierra otro motivo al que dedicar su tiempo y su amor. Cuando se descubre que la tierra es un derecho natural y que, desde Abrahán, ese derecho es bendecido por Dios, la lucha por la tierra se convierte en una verdadera historia de salvación. Por lo tanto, hay que sanear los títulos de propiedad de la tierra. Esto significa enfrentarse con los terratenientes que, por la fuerza u otros medios oscuros, se han ido apoderando de la mayor parte de las tierras del pueblo. Pronto éstos la sindican como personera de Evo Morales, a quien le endilgan el mote de comunista y la pretensión de arrebatarles las tierras para quedarse con ellas. Las primeras 120 personas reciben finalmente sus títulos, pero la lucha no decae y la desconfianza sigue rondando sus esfuerzos porque el problema es inmenso e imposible de revertir en poco tiempo.

Sin embargo, nadie todavía ha logrado matar a Doris. Prueba contundente de que los milagros existen…

Por lo tanto, Doris sigue al frente de la comunidad de la gente del saó, dando testimonio en carne propia que la Palabra de Dios vive y que lo de Jesús resucitado no es cuento.

1 comentario:

  1. Hola! gracias por compartir el testimonio de gente maravillosa que transforma vidas con pequeñas acciones.

    Abrazos,

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