domingo, 25 de abril de 2010

DAMIANA PROFETISA



Esta anécdota se refiere a un hecho real ocurrido en febrero de 1989 en un pueblo de la Quebrada de Humahuaca, Provincia de Jujuy, Argentina.

Hoy es fiesta patronal en Maimará. La iglesia está repleta. Aún por fuera, la gente desborda hasta la plaza. El obispo termina la misa con la bendición Pero antes de que la solemne procesión en homenaje a la santa patrona se ponga en marcha, el pastor de la diócesis empuña su báculo y lanza un vibrante llamado a la comunión, al amor fraterno y a la unidad alrededor de su persona.

Es que ese buen señor estaba a la sazón muy cuestionado. Se le reprochaba haber sacado al párroco de ese lugar porque éste se había hecho culpable del crimen abominable de solidarizarse en forma espectacular con las Madres de Plaza de Mayo y la causa de los Desaparecidos de la dictadura.

Damiana, 53 años, indígena pura, petiza, analfabeta, madre de ocho hijos, pastora de tres ovejas y labriega de una pequeña parcela de terreno arrendada con gran sacrificio, se desliza entre la gente hasta llegar al altar y con voz respetuosa pero firme, interrumpe la piadosa arenga del obispo: “Que el señor Obispo me perdone, pero tengo algo que decirle. Usted nos pide amarnos y mantenernos unidos a usted porque usted es nuestro gran Pastor. Yo soy pastora, amo a mis ovejas y cuido a cada una de ellas. Pero ¿acaso usted ama al sacerdote que nosotros teníamos? Usted nos lo quitó y lo trató como a un perro. ¿Qué mal había hecho? Él nos amó. Él era uno de nosotros. Nos trajo la palabra de Jesús que no conocíamos. Tomó la defensa de los pobres. Nos devolvió nuestra dignidad. Él ha defendido nuestros derechos indígenas. Se ha jugado por la justicia y los derechos humanos. Defendió la causa de miles de personas que la dictadura militar hizo desaparecer. Pero usted, en lugar de apoyarlo, lo ha echado de nuestra parroquia. Y hasta ahora usted hace todo por mantenerlo alejado de nosotros. Usted nos predica el amor y la unidad y lo que hace es todo lo contrario. Yo no creo que usted haría un buen pastor para mis ovejas”.

Luego de estas palabras, Damiana se retiró lentamente sin bajar la cabeza. El obispo estaba rojo como su solideo. Pesaba sobre la multitud un silencio de muerte. Nadie osó contradecir a Damiana. Pero, aquel día, la procesión que se puso en marcha se parecía a...un entierro.